La parroquia de Santa Rosa de Lima se sitúa en el número 69 de la Avenida de Carlos Haya sobre un solar de forma romboidal de 1.825 metros cuadrados, con una superficie construida de 1.418 metros cuadrados. El espacio total del inmueble lo ocupan el templo, sacristía y locales parroquiales en un juego de volúmenes (lo curvo, lo cúbico) y planos que se maclan entre sí para llevar el punto focal del edificio hasta el tejado en forma de gran visera que apunta al cielo.
La Parroquia de Santa Rosa de Lima surge a partir de la Misión Popular que realiza el Padre Langarica en Málaga en 1950 y se establece por Decreto de 25 de diciembre de 1952 al segregarse de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, atendiendo espiritualmente el área que comprendía Camino de Antequera, barriada de la Granja de Suárez y las chabolas de Arroyo del Cuarto.
Tras ocupar varias instalaciones, D. Juan Sánchez Pérez, párroco del antiguo templo, recibe el encargo del Obispo Ángel Herrera Oria de la construcción del templo actual y de un centro de enseñanzas medias. Ambos finalizan su construcción en 1968. El 19 de junio de 2002, para la celebración del 50 aniversario de la creación de la parroquia de Santa Rosa de Lima, tuvieron lugar unas charlas-coloquio con el arquitecto del templo D. Antonio García Garrido y el creador del mural que lo preside, Eugenio Chicano. Tanto el altar como el ambón fueron realizados por el escultor Reed Armstrong.
En Santa Rosa de Lima, la contundencia del muro revestido en piedra se suaviza tanto por la curva del muro perimetral como por la amplia vidriera policroma, que a su vez permite iluminar el interior del espacio sagrado: sin duda reminiscencia moderna de los grandes ventanales de las catedrales góticas.
Sobre la portada situada en el exagerado ángulo central de la iglesia, el relieve de Cristo sobre el mapamundi de la puerta asume la misión de difundir la noticia de la «universalidad del mensaje cristiano».
Seguiremos a Maite Méndez (2010), en el análisis del templo, donde el material y sus diferentes texturas es otra de las características identificativas de este templo. Para la autora, Bonet (2011, pp. 54-68) define perfectamente la capacidad plástica del uso de los materiales que hace el arquitecto es su principal factor innovador en este edificio. Para el autor, la influencia de la arquitectura orgánica y expresionista se atisba en esta obra tanto en el uso de la vidriera como intensificada por el plano de la cubierta que apunta al cielo. En esta obra se evidencian los “ecos de Alvar Aalto y Frank Lloyd Wright, tanto en el dinamismo de la composición como en el uso de materiales y texturas diferentes intensificando la significación y protagonismo del material». De esta manera las tres texturas que presenta el material del edificio (cubierta lisa, vidriera traslúcida y el muro rugoso), al yuxtaponerse hacen de ese contraste un nuevo factor de integración.
Méndez (2010) encuentra en el análisis de esta obra la materialización de una categoría propia del estilo del relax caracterizada por la creatividad, libertad estética y la ensoñación en la arquitectura religiosa: el pintoresquismo sacro. La mezcla de materiales y formas “confiere al conjunto un potente dramatismo, estridente ma non troppo, pues lo consigue rebajar una dosis apropiada de kitsch desenfadado, como la que saboreamos en el “muy moderno” Cristo de la portada, o en el mapamundi en relieve que se sitúa bajo él, en el que algunos continentes parecen haber sido extraídos del Carbonífero. Los motivos de la verja que recorre el perímetro, así como los de la vidriera que se ubica en contacto con la cubierta, son de un gestualismo expresionista elevado a lo divino. Es el lenguaje de la mezcla, del collage, que acaba resultando.”
Este diáfano templo es un buen ejemplo de los cambios de tipos edificatorios en las iglesias postconciliares construidas a partir de los años 60, tipos que incluso se anticipan en los cincuenta al Concilio Vaticano II con un espacio congregacional que se caracteriza por su diafanidad, y Santa Rosa de Lima es una de las primeras con estructura abierta que se construye en la ciudad de Málaga.
El Movimiento litúrgico de finales del siglo XIX, reforzado por la estética del Movimiento Moderno, y unido a la nueva visión de la Iglesia del Concilio Vaticano II, influyó decisivamente en el concepto teológico del espacio sacro: que el fiel tuviera mayor implicación en la liturgia, trajo como consecuencia la construcción de espacios para el culto con plantas y alzados diferentes a las que tradicionalmente se habían construido. Un único altar en el que ya no tenía por qué estar el sagrario, que podía ocupar un espacio lateral. El sacerdote se vuelve hacia el pueblo, por lo que la celebración se realiza hacia la comunidad: esta cercanía de la comunidad de fieles permitía eliminar la separación del presbiterio y la nave, que en muchos casos pasaba a ser una sola, un espacio diáfano que se organizaba internamente gracias a la comunidad y a la liturgia, no a la estructura formal del templo.
PL – IHS