Situado en la confluencia de la antigua N-340 y el vial de acceso a la playa de La Carihuela, el bazar Aladino vino a constatar el establecimiento de una nítida frontera entre el interior y la franja de litoral consagrada al ocio marítimo. Este pequeño y singular edificio, anclado en pleno centro de la efervescencia turística de Torremolinos en los primeros años de su boom turístico, parece efectivamente señalar un límite, convirtiendo al gran vial de la costa en un muelle asomado a ese espacio consagrado a las vacaciones y el turismo. Como en su día apuntó Juan Antonio Ramírez, su pasarela a la calle principal es toda una invitación a subirnos al barco y navegar ilusoriamente por ese mar azul que se adivina cercano y que metafóricamente comienza en este mismo punto. Proyectado y construido en 1953, el Aladino pasa por ser además el primer ejemplo de equipamiento exclusivamente turístico de la Costa del Sol. Su arquitectura hace absolutamente literales las habituales referencias del Movimiento Moderno al diseño de barcos y aviones, uno de sus grandes postulados como símbolo de la nueva estética maquinista, afianzada en el optimismo ciego en el progreso que conduce a un nuevo bienestar. Sin embargo, las formas y esquemas habitualmente rigurosos de los edificios-barco del Movimiento Moderno se han conjugado en el caso del Aladino con tal despreocupación que el resultado no puede sino situarse bajo una concepción de lo arquitectónico sensiblemente distinta; del mismo modo, la adscripción de estas formas a un hecho tan relajado como el comercio derivado de la actividad turística rompe con esa seriedad inherente al Movimiento Moderno y lo sitúa dentro de esa suerte de estilo propiamente costasoleño, el estilo del relax.
El edificio es, de hecho, un barco –en realidad, la mitad de un barco- sin apenas elaboraciones posteriores, anclado a la acera. No solo integra elementos del lenguaje estructural y arquitectónico de los barcos, como era habitual en el periodo de entreguerras, sino que adopta literalmente su forma externa. El inmueble se alza sobre una estrecha parcela de 437 metros cuadrados en forma de cuña, ocupándola casi por completo; concebido como edificio comercial, hubo de convertirse en centro cívico para salvar las ordenanzas municipales en lo relativo al tamaño del solar. Para ello, al almacén principal, destinado a tienda de juguetes, artículos deportivos y música, hubieron de añadirse locales para tienda de tejidos, ultramarinos, librería, peluquería, farmacia, bar, teléfonos públicos y estafeta de correos, emplazándose en la terraza superior un restaurante. El centro comercial propiamente dicho se situó en la planta baja, a cuya popa –fachada frontal- se situó el almacén, con acceso en el punto de encuentro con la rasante inclinada de la calle. La fachada lateral –estribor-, con su casco claveteado, acoge los pequeños escaparates de los locales y sus puertas con los ineludibles ojos de buey como elementos morfológicos tomados del barco, que remiten a los camarotes. Una pasarela metálica conduce directamente desde la calle principal a la primera planta, si bien en el proyecto original el acceso se producía desde la cubierta inferior a través de una escalerilla lateral. La segunda cubierta, compuesta en la popa por una sucesión de voladizos encabalgados con base redondeada, rodea al cuerpo del antiguo restaurante; el volumen arquitectónico original del mismo era mucho menor que en la actualidad a fin de liberar el máximo espacio posible para la terraza, siendo morfológicamente muy similar al del tercer cuerpo. Sin embargo, en la remodelación de 1987 fue completamente envuelto por un gran toldo de flecos en cemento revestido de azulejos que cerró el espacio de la cubierta. Finalmente, sobre el restaurante se proyectó el tercer cuerpo con una gran chimenea, dedicada a aseos, y un puente de mando; en la obra construida, sin embargo, la chimenea decreció en beneficio del volumen arquitectónico, que se amplió para un mayor aprovechamiento del espacio. Este tercer cuerpo es pródigo en escalerillas metálicas, tubos de ventilación y ojos de buey, otorgándole una gran riqueza plástica.
El bazar Aladino rememora en su relación barco-edificio la figura de Le Corbusier y sus postulados maquinistas como símbolo del progreso; su exaltación del barco como elemento rector del nuevo espíritu dibujó los parámetros de una lección que siguieron varios arquitectos en España próximos a la llamada generación del 25. Sin embargo, el bazar Aladino se aleja de cuestiones programáticas para proponer una visión del barco como mera envoltura, un juego sin duda despreocupado y relacionable con un nuevo modo de entender el ocio. En este contexto, el recurso a una morfología tan señalada trata de significarse por sí misma; el barco no evoca un modo de vida o la creencia en el progreso, sino que pretenden convertirse en reclamo. El edificio se anuncia a sí mismo, es publicidad de sí mismo. Y esto es lo que hace de él el primer edificio de un nuevo estilo, el del relax. Es también un ejemplo de la dificultad para conciliar diseño y cambios de uso en este tipo de edificios tan sujetos a la actividad derivada del turismo; la multiplicación exponencial de centros comerciales en nuestras ciudades han empujado a la adaptación del Aladino a nuevos usos, lo que conlleva importantes modificaciones. Ya el proyecto original difiere en algunos puntos esenciales del edificio construido: así, se rompió el estilizado diseño de la cubierta superior para un mayor aprovechamiento del espacio, a la vez que se ampliaba el tercer cuerpo y se reducía la chimenea. El efecto original de cuerpos decrecientes se vio así seriamente perjudicado; además, el proyecto incluía un uso masivo de escaleras metálicas para las comunicaciones verticales, muchas de las cuales fueron suprimidas durante el largo proceso de construcción del edificio. Con todo, la más perjudicial de las intervenciones fue aquella practicada sobre la cubierta superior, que transformó el barco en algo completamente distinto e inclasificable.
IVV